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jueves, 25 de febrero de 2010

La magia de las palabras en la polémica nuclear

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Contribución de las fuentes de radiación naturales y artificiales a la dosis media total anual recibida por la población española (Consejo de Seguridad Nuclear). Sv = Sievert unidad utilizada para medir la dosis de radiación (equivalente y efectiva). La mayor aportación se debe a fuentes naturales. Entre las fuentes artificiales son el empleo para uso médico (diagnóstico y tratamiento, especialmente del cáncer) de las radiaciones ionizantes las que más contribuyen. Otras fuentes entre las que se encuentran los vertidos de las centrales nucleares suponen el menor porcentaje, un 0.1%.

La magia de las palabras en la polémica nuclear

Amando de Miguel

Cuando surge una cuestión polémica, el lenguaje "politiqués" redobla su capacidad de inventar eufemismos. Aparecen incluso "disfemismos" (voces nuevas que conviene evitar porque suenan mal). Eso es lo que ocurre con la polémica sobre la energía nuclear.

Previamente hay que enaltecer la política de subvencionar (elevando los impuestos) las energías poco rentables. Una forma de vender esa mercancía averiada consiste en etiquetar esas energías más caras como "renovables". De ese modo, no nos fijamos en lo que nos cuestan a los contribuyentes. Lo renovable en sí mismo no quiere decir mucho. Nada hay más renovable que el agua. Pero el agua puesta en el grifo doméstico es escasa y es cara a escala planetaria. Para que el agua sea rentable, se requiere que sea almacenada, tratada y distribuida; a veces trasvasada o desalada. Todo eso es gasto de energía.

En esa categoría de energías "renovables" no suele incluirse la energía nuclear, que, por tanto, arrastra el estigma de no sostenible y contaminante, esto es, mala. Se juega con el valor emotivo que tienen algunas palabras.

Si la palabra "nuclear" es sustituida por "atómica", se refuerza el estigma. Lo mismo ocurre con los "almacenes de residuos nucleares" cuando sus detractores los llaman "cementerios nucleares". Y no digamos si los llamaran "cementerios atómicos". El efecto en la opinión sería devastador. Claro que, por el otro lado, se intenta contrarrestar el estigma con una etiqueta neutra, los ATC (almacén temporal centralizado). Es la técnica maravillosa de los acrónimos con tres letras que resultan indescifrables para el común. En todo caso tendrían que ser ARR (almacén de residuos radiactivos).

Si bien se mira, ni siquiera lo que se almacena es "residuos nucleares" sino "residuos radiactivos". Lo de "nuclear" resulta en este caso un eufemismo, como el de designar como "punto limpio" el que recoge la basura.

Otra palabra que da pavor es "radiactividad". No se cae en la cuenta de que, efectivamente, los residuos nucleares son radiactivos. Ahora bien, ese efecto se concentra en muchos lugares naturales, como las zonas de rocas graníticas. La concentración es mucho más grave en los hospitales, sobre todo, en las pruebas radiológicas y similares. Son de uso continuo.

No se trata de asustar sólo con el léxico. Muchas veces se emplea también el recurso del lenguaje icónico. Por ejemplo, para indicar que una central nuclear resulta contaminante, se muestra la imagen de una torre de refrigeración de la que sale un humo espeso. Realmente, no es humo sino vapor de agua, algo que no contamina adversamente, pero que da la impresión contraria.

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