'Soy

jueves, 4 de marzo de 2010

Burritos atóctonos

La sonora pitada con que fueron acogidos el jefe del Estado y la Reina al acceder al pabellón deportivo en el que iba a celebrarse la final de baloncesto de la Copa del Rey el pasado 22 de febrero en Baracaldo, continuada durante la interpretación de una versión minimalista del himno nacional, constituye una reedición de hechos similares ocurridos con motivo de la celebración de la final de fútbol de la Copa del Rey el pasado 13 de mayo en Valencia. Da la casualidad de que en ambos partidos, uno de los contendientes era el Barcelona y las imágenes muestran que una buena parte (si no la mayoría) de los aficionados de este club que asistieron a ambas citas intentaron aprovechar los eventos para hacer patente su desprecio a la Monarquía parlamentaria, la institución que la Constitución de 1978 reconoce como "la forma política del Estado español".

No puedo ponerme en la piel de los jugadores del Barcelona, muchos de ellos extranjeros, ni sé por tanto qué sintieron estos profesionales durante esos momentos. Algunos de ellos juegan habitualmente en la selección y me gustaría pensar que al menos se sintieron abochornados y avergonzados por el comportamiento de su afición. (Creo no equivocarme al afirmar que Pau Gasol sí se habría sentido profundamente avergonzado). Me sorprendió, sin embargo, que tras el abucheo, ninguno de ellos (tampoco los jugadores del Real Madrid) aplaudiera para exteriorizar su desaprobación ante el comportamiento de su hinchada. Albergo la esperanza de que al menos no fuera el miedo a sufrir sus insultos o la furia de su patrón, el Sr. Laporta, sino la parálisis que en ocasiones provoca el sentir vergüenza ajena, lo que les llevó a guardar silencio en ese momento.

Que nadie piense que nos enfrentamos a casos aislados y circunscritos a comportamientos de personas maleducadas y marginales. Todo lo contrario. Al preguntarle al Sr. Anasagasti en un programa de TV qué pensaba acerca de lo ocurrido, el ex portavoz en el Congreso de los Diputados y actual senador del PNV contestó lo siguiente: "El Rey ha hecho cosas impresentables... y si yo hubiera estado allí también le habría pitado". Algo más cortés se mostró el Sr. Azkuna, alcalde de Bilbao y también militante del PNV, que intentó quitarle hierro al asunto: "No le den tanta importancia a eso –dijo el buen alcalde– porque el Rey tiene un oficio impresionante". Vamos, que al Rey le va en el sueldo soportar que le abucheen y ser objeto de mofa mientras suena el himno nacional. A nadie puede ya extrañar que estos líderes nacionalistas vascos, que han mostrado tantas veces su comprensión hacia los terroristas de ETA y el entorno incivil de la banda y su disposición a alcanzar todo tipo de acuerdos políticos con ellos, justifiquen acciones cuyo fin primordial es humillar y desprestigiar al Jefe del Estado, en tanto que "símbolo de su unidad y permanencia" y mofarse de la Constitución que le reconoce "la inviolabilidad –no, desde luego, en el País Vasco– de su persona".

Más desafortunadas encuentro incluso las declaraciones del Sr. López, presidente de esa comunidad autónoma. Alguna vez ha dicho el Sr. Rodríguez Zapatero que la bandera y el himno son símbolos de todos. No parece ser el caso. Al secretario general de los socialistas vascos, nos informaba un medio de comunicación, no le "gusta las faltas de respeto", y aunque él "no se mueve por los himnos" reconoce que "detrás de los himnos hay gente que merece respeto". Como por ejemplo... el Rey. Al lehendakari, ya saben, los himnos (cosa de fachas) lo dejan frío; lo que realmente le pone a este hombre son los ‘dantzaris’ interpretando el ‘aurresku’. Cuestión de gustos, nada fundamental que merezca un comentario más extenso. ¡Menos mal, señores, que en el País Vasco gobierna ahora un partido constitucionalista!

¿Cuáles han sido las reacciones del presidente del Gobierno y del Sr. Rajoy, líder de la oposición? No se sabe, no contestan. Que nadie, pues, se extrañe del comportamiento de los seguidores del Barcelona en Baracaldo o Valencia. Cuando el Gobierno del Estado permite que el Gobierno de una comunidad autónoma, como ocurre en Cataluña, adoctrine a los niños en las escuelas ocultándoles la realidad histórica para convencerles de que ser catalán es antagónico con ser español; proscriba y persiga la utilización del castellano, la lengua oficial del Estado, en la escuela y en todas las esferas de la vida pública y social; fomente las políticas xenófobas y la desafección hacia los habitantes de otras comunidades autñonomas; intoxique a la opinión pública difundiendo la especie de que el Estado español explota a los catalanes y les arrebata sus riquezas; y, en fin, tolere y aliente el incumplimiento de las normas aprobadas por el Gobierno español y el Congreso, ¿qué otra cosa se puede esperar de los burritos autóctonos, clonados y adoctrinados en las instituciones ‘propias’?

Causa, por ello, lástima escuchar a una dirigente de un partido (PP) supuestamente nacional, libre por tanto de prejuicios tribales, pedir a sus compañeros del Comité Ejecutivo que callen y oculten la realidad de Cataluña. ¿Querrá tal vez esta mujer emular a Patxi y sueña con estar un día junto al Rey en la ‘Lotja’ del Camp Nou aguantando firme los abucheos de la masa social entre el ondear de la estelada? Me temo que sí y que por eso les ha pedido a sus compañeros "la máxima prudencia en sus declaraciones". Con su lucidez habitual, esta mujer no quiere que se hable en los próximos meses del Estatuto que tienen recurrido, ni de la Ley de Educación de Cataluña, ni de las multas a los empresarios, ni de las subvenciones con las que se alimenta el alma y la cultura catalana, ni... de nada que pueda molestar a los nacionalistas. ¿De qué querrá pues hablar esta señora en la campaña? ¿Del blindaje de competencias y la extensión del concierto económico a Cataluña? No me sorprendería.

Clemente Polo es catedrático de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad Autónoma de Barcelona. Escribe regularmente en su blog.

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