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viernes, 12 de marzo de 2010

La toma del Parlament

Los legisladores constituyentes españoles se mostraron muy reacios con la regulación de los referéndums, seguramente por una cuestión de reminiscencias franquistas. En contrapartida, se inventó el sucedáneo de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP). Como no podía ser menos, el legislador catalán la adoptó (e incluso la magnificó) en el primer estatuto. Para quienes no lo sepan, cualquier conato de ILP, llegue o no a reunir las firmas necesarias y llegue o no a ser tramitada, recibe una subvención económica con fondos del parlamento catalán. Se trata de una cuña por la que se cuela la democracia participativa. La idílica democracia participativa. El pueblo soberano decidiendo en cada momento. Adiós al mandato representativo de los diputados y ábranse las puertas a los sanguíneos ímpetus populares.

Sin embargo, el populacherismo tiene sus riesgos. Véase, si no, el peculiar asalto de las Tullerías en que ha redundado la ILP sobre la prohibición de los toros en Cataluña, y cuyos momentos más bochornosos han sido los del científico Jorge Wagensberg  enarbolando una banderilla y bramando “¿Esto no duele?”, el del músico Salvador Boix, al tiempo apoderado de José Tomás, exigiendo a los diputados que pidieran disculpas en público y el de un francés pirenaico exhibiendo una viñeta alusiva a los toros. Naturalmente, ningún parlamentario se ha rasgado las vestiduras. ¿Se imaginan algo similar en el parlamento inglés? ¿O en una de las múltiples comisiones del Senado norteamericano? Pero la culpa ni es del científico ni del músico metido a taurino ni del pirenaico. Cuando uno rebaja la exigencia y permite que las comisiones parlamentarias adquieran aires de La Taberna d’en Mayol, acaban ocurriendo estos espectáculos.

Porque lo que ha acontecido estos días en el Parlamento catalán no merece otro calificativo que el de tabernario. Por si no bastara con lo expuesto, valga otra retahíla de ilustres “momentazos”: la escritora Espido Freire comparando la lidia con la grabación de palizas con el móvil; el filósofo Mosterín haciendo lo propio con la ablación del clítoris; los diputados dirigiéndose en catalán a Joselito (mientras que preguntaban en castellano a la Freire). El espectáculo ha sido tan bochornoso que, probablemente, quienes lo han consentido (esto es, los legisladores) tienen bien merecida la falta de respeto de los propios comparecientes.

Cada vuelta de tuerca a la ILP abolicionista constituye una prueba más del delirio. Si ya resulta delirante la propia iniciativa (querer prohibir algo que paga cada aficionado paga de su bolsillo), la demencia cobra un vuelo desproporcionado cuando entra en sede parlamentaria. Son los peligros de la democracia participativa. Abres las puertas y se cuela cualquier hijo de vecino. Eliminas el procedimiento y la liturgia y acuden los bomberos a la comisión en traje de faena. Presentas una batería de expertos antitaurinos y se te infiltra un plantel propio de Sálvame de Luxe. Y encima ni se quejan. Cuanto más les faltan el respeto más felices parecen. Puro masoquismo. Luego cada vez vota menos gente. Aunque esto, probablemente, también les traiga al pairo.

Oriol Trillas.

Publicado en Factual.es

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