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domingo, 11 de julio de 2010

España es casi sólo fútbol

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Ayer, los empecinados de Mas y los amontillados del todavía presidente de la Generalitat, José Montilla, acompañado de los salteadores del aún gobernante Carod, ocuparon Barcelona para mostrar en comandita su nulo respeto a la máxima instancia constitucional del país, de un país, España, que les respeta, a pesar de que no es recíproca esa postura. No sé cuántos entre estos manifestantes estuvieron entre el 70% de los catalanes que el miércoles presenciaron por la televisión la victoria de la Selección española de fútbol sobre la de Alemania. Sé, porque nosotros –los únicos– lo hemos publicado, que la cadena autonómica catalana TV3 emitió dos espacios en el tiempo en que duró el partido. Sus Noticias lograron un espectacular 7% de audiencia, y un programa que convulsionó al Principado, Futur del català, igualmente se alzó en un galáctico e idéntico 7%. Naturalmente que no hay que otorgar a estos resultados valor dogmático de test, so pena (separado) de que me/nos crean un idiota/unos idiotas, pero es sin embargo significativo que los catalanes tuvieran por el encuentro de la Rojigualda muy parecido interés al que tuvimos el resto de los compatriotas españoles.

Puristas antifútbol

Claro está que los puristas de la intelectualidad progresista ya están haciendo chanzas sobre la melonada en la que hemos caído casi todos, en la paletada inculta, atrabiliaria y fascistoide de depositar en un deporte nada menos que la honra, la dignidad y hasta el porvenir de España como Nación. Eso –están diciendo– se queda para los tiempos oprobiosos de Franco, donde, dicho sea al paso, muchos de estos críticos no tuvieron la oportunidad de poder hablar libremente. Por favor, claro está; unos porque eran púberes, otros porque estaban perseguidos hórridamente por la gleba del dictador, y los finales porque, sencillamente, estaban escondidos, no fuera a ser que las espadas cayeran sobre sus lindos cuellos. Se entiende todo, pero ahora que –salvo que lo dictaminen De la Vega, persecutora judicial de periodistas; Sebastián, guardia jurado de la moral pública, y Rubalcaba, sheriff de los malvados derechistas del poblado– estamos en una España grande y sobre todo libre, podemos reflexionar sobre lo que supone que un simple acontecimiento futbolístico esté concitando el único signo de distinción nacional que nos queda.

Dejemos al margen las opiniones desvariadas de personajes de opereta bufa como Laporta, al que se le augura un batacazo estremecedor (para él) en las próximas elecciones catalanas; son la patochada de un converso separatista que durante muchos años, sin embargo, hizo del español su idioma y de la relación con ciudadanos no precisamente catalanistas y liberales, una oportunidad para su crecimiento profesional y financiero. Eso no cuenta. Dejemos a un lado, asimismo, los vómitos de algunos sujetos que vienen diciendo: “Voy con la Selección española porque ahí juegan muchos del Barça”. Allá ellos, que, por lo demás, tienen el mismo futuro que el del programa susodicho de la televisión que domina el gozoso tripartito del trío inefable Montilla-Carod-Saura. La cuestión irrefutable es ésta: el miércoles, la mayor parte de España, incluida Cataluña, sacó a relucir sus banderas, sencillamente porque sus portadores se alegraban de que, por fin, algo bueno nos sucediera en el país; de algo teníamos que presumir los españoles.

La Nación española

El momento actual es tan infame, parece tan obsoleto e insultante el sentimiento nacional de España, que lo acaecido esta semana, y lo que pasará hoy si el destino nos es favorable, no es más que la revancha templada, gozosa y justa contra tanta infamia antipatriótica, contra tanta malversación histórica. Ahora como nunca, recuerdo personalmente una confesión muy sincera por lo que estamos viviendo en estos momentos, que hace años me ofreció el que era por entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol. Proclamó enfáticamente: “Cataluña es una nación; España, no”. Me salió del alma contestarle: “Señor presidente, y entonces, ¿qué?, ¿nosotros hemos nacido en el mar?”. Es curioso: los propiciadores más furiosos de su nacionalismo periférico excluyen al tiempo la propia existencia de España como Nación.

Es estúpido recordarles la Historia, entre otras cosas porque muchos de ellos desconocen incluso la que, en su juicio, les resulta más próxima; sólo insistiré en una constancia: la pléyade de banderas rojigualdas que se están desplegando estos días por España a cuenta del fútbol son una muestra de que los que nos quieren sacar del mapa van aviados. Estos dinamitadores deben de estar, los pobres, que trinan porque el entusiasmo de los jugadores catalanes que el miércoles, y con toda probabilidad hoy, hicieron vibrar a toda España no viene primordialmente de su interés económico por cobrar una prima millonaria; lo siento, tontos míos, pero estos deportistas están a gusto, pero que muy a gusto, jugando por España. Lo dijo Piqué en su momento, y lo repite cada vez que se lo preguntan el mejor baloncestista español de todos los tiempos: Pau Gasol. Por cierto, ¿no es extraño que los periódicos catalanes, los del pensamiento único, escondan literalmente este tipo de declaraciones proespañolas cada vez que se producen? ¿A que es muy rarito?

Por lo demás, otra consideración necesaria: ¿cómo es posible que el peor gobernante español de todos los tiempos, el que más ha hecho por la destrucción de nuestra Nación, se apunte al carro ahora como si el gol de Puyol lo hubiera metido él con su agresiva ceja? Hasta hoy el país entero temblaba ante la posibilidad de que Zapatero se hiciera unos kilómetros y se largara a Sudáfrica. Ya son de uso común las imputaciones gaferas que se le hacen, pero fuera de la broma: ¿qué pinta este hombre envolviéndose en una bandera que es símbolo de una nación para él “discutida y discutible?” En la última de sus remodelaciones gubernamentales se proclamó a sí mismo ministro de Deportes, una coña administrativa a lo Calígula con su caballo, que ni siquiera ha merecido consideración práctica alguna.

Ahora, llegado el momento del triunfo (pase lo que pase hoy, el papel de España en este Mundial es un triunfo), hay que decir dos cosas: quienes han ganado han sido Del Bosque y sus chicos. Nosotros, a alegrarnos por ello, pero no hay por qué soportar que nadie se apropie de las victorias; menos quien, a mayor abundamiento, ha logrado que el Estatuto de Cataluña que él pactó con Mas, que consideró siempre constitucional, inserte al menos tres artículos que favorecen la presencia de Cataluña como nación en las competiciones deportivas internacionales. ¿Qué pinta este señor en esta victoria?, ¿o es que a él le importa un higo que este triunfo sea el último de la Selección española, antes de que el país se disgregue en tres o cuatro? Más que chocante, la cosa resulta de insoportable digestión.

Políticos como éste han dejado a España en el esqueleto, casi sin Estado, incluso sin Nación. Por eso, los españoles se han hinchado de expresar su rechazo a estas conductas, por eso se lanzan a la calle con ocasiones tan trascendentes como es una victoria deportiva. Esto ya no es una anécdota; es un movimiento pacífico, jovial, de resistencia a la laminación nacional. Nos queda el fútbol. Ya sé que no es precisamente la prueba de la existencia de España. Es únicamente, por ahora, la respuesta.

Editorial de La Gaceta (10-07-2010)

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