'Soy

viernes, 2 de abril de 2010

El profesor

El profesor

Charo Alcalde

El viejo profesor comenzó su clase como siempre, con un lacónico “hola” y también como siempre se situó en la esquina izquierda del estrado mirando por encima de las gafas para comprobar el aforo del aula. Ajustándose a su estricto ritual invitó a los alumnos a sacar sus apuntes y revisar durante cinco minutos el tema que tenían para ese día.

_Hoy, por ser el último día del curso haremos un repaso somero de los principales conceptos y escuelas juristas que hemos visto en el estudio de la teoría jurídica del delito, repasaremos el concepto del delito imprudente, los elementos subjetivos de la culpabilidad, la tipicidad y las teorías causalísticas y finalistas de la acción…..­­_

Tras la breve introducción hizo una pausa larga y hundiendo la barbilla en el pecho se quitó las gafas con mucha parsimonia y dijo:

_Como todos sabéis, hoy es mi último día como docente en la facultad de derecho y mi último día como docente en general; mi tiempo de enseñar ya se ha acabado aunque no mi tiempo de aprender. Treinta y siete años impartiendo la disciplina de derecho penal a jóvenes como vosotros que creen que el concepto de lo justo es un valor inherente a todo ordenamiento jurídico y a todo el derecho positivo. El derecho no es una ciencia sino una interpretación de cuales han de ser las reglas de las conductas humanas, como regularlas y los métodos de sanción ante su incumplimiento, pero el derecho no es justicia, es mentira, cualquier sistema …….._

La filípica duró toda la hora de clase. El profesor caminaba por el estrado de derecha a izquierda sin parar de hablar como un autómata, los ojos clavados en la tarima y las manos en los bolsillos. De vez en cuando se mesaba la cabeza con serenidad y se ajustaba el nudo de la corbata, por fin concluyó:

_…….Ejercí durante algún tiempo como abogado penalista y pude comprobar que derecho y justicia no es lo mismo, por eso decidí dedicarme a enseñar las reglas del juego y no a manipularlas. _

Los alumnos escuchaban atentos aquellas reflexiones rebeldes de su profesor que desmitificaban los dogmas sagrados del derecho.

El viejo profesor escrutó largamente las caras de los pocos alumnos y dio por finalizada la clase. Con un movimiento rápido se dirigió a la ventana esperando que el aula se quedara vacía y con las palmas de las manos pegadas a los cristales rememoró su primer día de clase.

El atrio de la facultad era en sí mismo un homenaje a la juventud y tanto los más novatos como los veteranos se licenciarían sintiéndose los garantes de la justicia en estado puro. Salía de la estancia con el alma en duelo y el corazón arrugado por el presagio de la soledad. No esperaba regalos, ni fiestas de despedida, ni homenajes. Consciente de su mala fama como docente despiadado y de pocas bromas, hombre asocial y de suspenso fácil, se había ganado la distancia y el recelo de todos.

La joroba de su espalda parecía mas prominente que nunca y caminaba por los pasillos de la facultad contando sus propios pasos. Se percató de algo extraño: un silencio insólito que le obligó a levantar la cabeza……. Allí estaba toda la facultad de derecho al completo, alumnos de todos los cursos y profesores. En el atrio no cabía un alfiler. Estalló una larga ovación al tiempo que le abrían un pasillo que le conduciría al pie de una gran pancarta que decía “tus alumnos te seguiremos dando quebraderos de cabeza”, bajo la pancarta una mesa sobre la cual había una caja pequeña envuelta en un papel satinado azul. Cogió la caja abrumado y emocionado sin atreverse a mirar abiertamente a todas aquellas personas y se dispuso a abrirla cuando observó que llevaba una nota prendida: “no la abras hasta que llegues a casa”. El Rector pronunció unas palabras de agradecimiento y reconocimiento a la labor docente del profesor Salazar y el acto terminó tal como empezó con otra larga ovación.

Al llegar a casa su perro cuco le clavaba las uñas en la tela del pantalón nervioso por el regreso de su dueño. Cuco era el único ser vivo que le esperaba cada día al salir del trabajo. La llegada del profesor Salazar era anuncio de plato con comida y caricias en el lomo, pero ese día su dueño lo ignoró casi por completo. Sirvió dos vasos de whisky con hielo, uno para él y el otro para la foto de su esposa fallecida quince años atrás. Con solemnidad abrió la cajita y descubrió su contenido, era un cubo de Rubik. Los alumnos habían escrito en cada cuadradito una palabra y sería necesario montar aquel ingenio para poder leer los seis mensajes de las seis caras del cubo. Una sentida carcajada se salió del fondo de su pecho, en ese momento comprendió el sentido del texto de aquella pancarta: “tus alumnos te seguiremos dando quebraderos de cabeza”.

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