'Soy

sábado, 22 de octubre de 2011

Amigos de ayer, enemigos de hoy

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Articulo de JORGE ABBONDANZA, publicado en El País 

El cliente no siempre es bien tratado en el mundo de la política. A veces recibe el peor pago a cambio de los servicios prestados, con lo cual descubre que estar en brazos de un poderoso patrocinador suele ser una trampa. Una vez que cae en ella pueden ocurrirle cosas imprevistas -que el protector se transforme en agresor, por ejemplo- lo cual confirma el curso sinuoso de la política mundial, vieja tendencia que la muestra como el tobogán por donde resbalan los crédulos.

Cuando Irán e Irak se trenzaron en una larga guerra (1980-1988), Ronald Reagan envió a Donald Rumsfeld a conversar con Saddam Hussein para respaldarlo en su lucha contra los clérigos iraníes, cuya fiebre integrista acababa de costarle a Estados Unidos un papelón internacional. Al amigo Hussein se le entregaron armas (incluidas las químicas, por las cuales lo crucificarían 20 años después) y así ese tirano laico se sintió cobijado por su gran tutor contra la enardecida religiosidad de sus vecinos, logrando empatar con ellos en esa guerra. Envalentonado, en 1990 cometió una imprudencia en Kuwait que le costó cara, preparando el terreno para que el amigo de ayer se convirtiera en el invasor de 2003, colocando su cabeza literalmente en el lazo.

Cuando la Unión Soviética ocupaba Afganistán (1979-1989) los mujaidines rebeldes llegaron a ser la punta de lanza de Estados Unidos en el lugar, abastecidos a través de Pakistán, permitiendo ejercitar el antiguo deporte de tirar la piedra y esconder la mano. Entre las figuras interesantes que integraban esa guerrilla tribal, figuraba el joven saudita Osama Bin Laden, cuyo liderazgo supo aprovechar la CIA remunerándolo generosamente en numerosos operativos encubiertos, para que ayudara a manejar a los imprevisibles montañeses. Pero dos décadas más tarde aquel conductor emergente se transformaría en el demonio de Al Qaeda, anatemizado por sus viejos auspiciantes y perseguido por el ejército conquistador que aterrizó sobre esas cumbres en 2001.

Cuando el petróleo y el gas de Libia demostraron ser vitales para el abastecimiento occidental, el temible Muamar Gadafi apareció como un cliente al que se le perdonaron muchas cosas, incluido el atentado contra un avión de Pan Am sobre Escocia. A partir de entonces las potencias le dedicaron algunos gestos amistosos que culminaron el año pasado con el grandioso recibimiento que se le ofreció en Roma. Pero este año la cadena de sublevaciones en los países árabes llegó a Libia y los grandes amigos de Gadafi consideraron que había llegado el momento de dar vuelta la hoja. Le mandaron una flota naval y aérea de precio elevado (solo la lluvia inicial de misiles costó 269 millones de dólares) calculando que si su desalojo se prolonga hasta septiembre, devorará otros 800 millones. Nada sale más caro que hacer una zancadilla a la clientela.

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