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viernes, 21 de mayo de 2010

Nocturnidad y alevosía

La desvergüenza de la secretaria de Estado Consuelo Rumí

De noche, sin dejar apenas margen para los análisis en los medios de comunicación, una vieja táctica propia de regímenes totalitarios, y haciendo pagar a justos por pecadores, el Gobierno de Zapatero aprobó ayer el mayor recorte de derechos sociales de la democracia. Con nocturnidad y alevosía, el Ejecutivo de Zapatero se dispone a aplicar, como el médico a palos de Moliére, una batería de hachazos, tardíos y contraproducentes, que está por ver que sirvan para sacar la economía nacional del colapso. Y que dado su carácter errático y antisocial implican una suerte de harakiri ideológico del zapaterismo, si es que alguna vez tuvo ideología.

En política, tan importante como los contenidos son las formas. Y lo que vimos ayer fue un recital de informalidad típica de quien nos gobierna desde 2004. En primer lugar, por la puesta en escena (un Consejo de Ministros atípico, adelantado al jueves para que la vicepresidenta Salgado viaje a Corea el viernes, a una reunión preparatoria del G-20); y por la larga espera, teniendo en vilo no ya a los periodistas, sino a todo el país y singularmente a las amplias capas de población afectadas por el tijeretazo. Y en segundo lugar, por la sensación de improvisación que transmite. El timing de las recetas permite deducir que hace sólo dos semanas el Gobierno ni siquiera tenía en mente el severo paquete y confirma el desprecio a la oposición, cuyo líder le instó a tomar medidas para atajar drásticamente el déficit. Zapatero ha improvisado una serie de mandobles, deprisa y corriendo, urgido por la UE, ahora que considera a España su protectorado económico. Improvisación y, no menos grave, descoordinación: los ministros fueron filtrando a migajas informaciones contrapuestas y contradictorias, evidenciando así el nulo respeto que tienen por los ciudadanos y también la sensación de Titanic sin capitán que ofrece el Gobierno.

Funcionarios y jubilados son las víctimas propiciatorias de los errores del Ejecutivo, los que van a cargar con las artistas más duras y antisociales del ajuste. En este sentido, suena a burla que la vicepresidenta Fernández, busto parlante del tijeretazo, lanzara una flor a los empleados públicos, reconociendo su trabajo y su contribución a la economía nacional.

Para mitigar demagógicamente el hachazo, el Ejecutivo anuncia el impuesto sobre los ricos, aunque Salgado asegura que no se aprobará de forma inminente. Lo cual implica exponerse a comentarios mordaces como el de Esperanza Aguirre (“Lo pagará Bono, yo soy pobre de pedir”) y deja, en cualquier caso, en evidencia el electoralismo de un Gobierno a la deriva, que desempolva rancios tópicos de clase. Tan en evidencia que más vale que los prebostes socialistas no traten de arreglarlo con apostillas como la de Leire Pajín: “No encontrará usted un socialista que no piense que el más rico debe pagar más”. Nadie menos indicado que la número tres del PSOE, que ha llegado a acumular hasta dos sueldos (por su cargo en el partido y su escaño en el Senado) y una indemnización en calidad de ex secretaria de Estado.

Rodríguez Zapatero es mayorcito para saber que la mejor forma para hundir una economía nacional es empobrecer a las clases medias. La Historia lo avala: es exactamente lo que pasó en Argentina a mediados del siglo XX, cuando medidas intervencionistas y una presión fiscal mal enfocada gravaron sobre quienes soportaban el sistema. La antaño Arcadia económica devino en erial, a lo que se unieron otros factores como la inestabilidad política. Pero, como en otros rasgos de su errática deriva, Zapatero también en este caso aparece prisionero de trasnochados prejuicios ideológicos en materia fiscal. Es axiomático que, salvo contadísimas excepciones, no caben impuestos selectivos sólo para ricos. Al final, los gravámenes los pagan los mismos de siempre: las clases medias. Son la parte magra de la sociedad, la más aprovechable. Pero implica exprimir al país, al cargarse su capacidad de trabajo y de consumo. La jugada es redonda si a esta sangría a quienes sostienen el tinglado económico se suma el hachazo a las pequeñas y medianas empresas y, por lo tanto, su capacidad para generar tejido productivo, con el anuncio de Fomento de cerrar el grifo de la inversión en obra pública. Con este conjunto de medidas, el Gobierno de Zapatero no le deja salida a la economía nacional: una cosa es atajar el déficit –medida absolutamente imprescindible para que el drama económico no degenere en tragedia griega– y otra muy distinta que hunda lo poco que queda de economía.

Lo dijimos en un editorial hace una semana, cuando la cigarra que habita en La Moncloa dejó de tocar la mandolina, con un retraso de tres años, y advirtió de la llegada implacable del frío invierno pidiendo sacrificios a las laboriosas hormiguitas. “Que se marche ya”. No hay otra salida. Zapatero se ha convertido en un peligro tanto para la UE, como para la economía nacional. Mientras siga al frente del Gobierno, se seguirá destruyendo empleo –como confirma la tendencia ascendente de las EPAS de los últimos trimestres– y empobreciendo el país con el jarabe de palo de medidas improvisadas y contraproducentes. Sólo su marcha de La Moncloa puede dar un leve respiro para que España tome aire e intente la urgente tarea de reconstrucción y regeneración. La solución no son los funcionariazos, los jubilazos o el dilema impuestos sí, impuestos no; sino urnas, sí o... sí.

Editorial de La Gaceta

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