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sábado, 2 de febrero de 2013

Mercenarios al servicio público

“Mercenarios al servicio público”, por Joaquín Pérez Muñoz

Qué razón tenía Alfonso Guerra en el año 82 cuando vaticinó que a “España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Ahora no la conocen ni la madre ni los hijos. Pero en esa pérdida de identidad han surgido los que, lejos de preocuparles su desconocimiento, se han ocupado cual parásitos de vivir de nuestro país, algunos incluso cuestionándolo: la casta política.

Sin duda la mayoría de nuestros políticos son ‘gente’ honrada, algunos incluso formados en algo, pero preparados cada vez son menos. También hay los que desde su ignorancia o sinvergonzonería hipotecan nuestro futuro y expolian nuestras esperanzas.

La dictadura de los partidos se ha convertido en el tribunal de selección de acceso a la política como si de una oposición se tratara, donde se prima la ‘felación política’ sobre el currículum, donde se da por hecho que los buenos palmeros han de ser buenos gestores de lo público. Nuestro futuro queda muchas veces abandonado en manos de recalcitrantes ignorantes.

El peligro es evidente; de ahí a la corrupción hay solo un paso. Quien no viene a aportar, viene a llevarse. Será por eso que algunos antes de marcharse a ninguna parte -sólo unos pocos pueden irse a Bankia y eléctricas; más cabida hay en Telefónica-Movistar- se atrincheren internamente para sustentar a su sustentador, o se procuren de forma ilícita un futuro sin sobresaltos.

Acudir a la corrupción como algo que ya nos suena habitual y con lo que nos hemos familiarizado, no es sino el declive del sistema. Pero esta corrupción no tiene por qué ser económica. La práctica de colocar a familiares, parientes y cónyuges en puestos creados casi para ellos es otra manera de hacer corruptela de la que pocos se libran. Este sistema, tan pernicioso como el anterior, está mucho más generalizado y goza de demasiada tolerancia, quizá porque ya se han encargado de normalizarlo, aunque no por ello sea menos corrupto.

En ningún caso conviene olvidar que ese exuberante porvenir que muchos se garantizan es a costa de la administración pública, a costa del municipio, la región y el país. Son mercenarios al servicio público, que no trabajan para el ciudadano; trabajan para mantenerse en la política.

El tercer problema que preocupa a los españoles no es la política, necesaria para gobernar y dirigir, sino los políticos que han prostituido el noble arte de la política, de la vocación y del servicio a los ciudadanos. Y con esa casta hay que acabar. Urge hacerlo para evitar que dentro de unos años esté aún mas vigente la frase del visionario Guerra.

Somos los ciudadanos, los preocupados por esta lacra, los que tenemos que implicarnos y concienciarnos del problema, cada uno desde su posición y con su aportación. Los partidos políticos no lo van a hacer por nosotros. Los partidos no están dispuestos a perder el poder que su ‘lameculocracia’ interna le otorga a ‘líderes’ del tres al cuarto, cuya única preocupación es rodearse de los más fieles dóciles mediocres sin criterio a los que recompensar con algún cargo. Convierten así al partido en una pueril agencia de colocación. Y lo prefieren antes que rodearse de los ‘peligrosos’ hombres y mujeres formados, con experiencias previas de gestión y que tienen algo que aportar. En definitiva, estos ‘líderes’ huyen de candidatos con un bagaje personal.

Ha llegado la hora que la sociedad civil, sin importar si de izquierdas o derechas, sin perros ni flautas, tome la palabra. Exijamos listas abiertas donde sepamos y conozcamos con anterioridad a quiénes les vamos a otorgar nuestra confianza. Del mismo modo en que reclamamos conocer y escoger en qué profesional confiamos nuestra salud o nuestro patrimonio, hemos de actuar con la política. Del mismo modo, para decidir en qué manos confiamos nuestro futuro y el de nuestros hijos.

De esta manera acabaremos con los ‘ninis’ de la política, con aquellos que piensan que los problemas de los ciudadanos se arreglan con el 2.0. Así dejaremos de contemplar bochornosas manifestaciones más propias de tele basura que del debate político, ya sea local, autonómico o nacional. El ciudadano sabrá elegir a los mejores, conoceremos a qué se han dedicado antes y qué pueden aportar, no corriendo el riesgo de sentar en Consejos de Ministros a palmeros sin profesión y, por supuesto, ahuyentando en mayor medida el fantasma de la corrupción.

El miedo a las reformas que nos lleven a la verdadera democracia asusta a los políticos débiles y mediocres, a los que saben que el traje les viene grande. Aunque algunos se sientan estrellas de Hollywood, nadie mejor que ellos saben de su imposta a los ciudadanos. Pero ese miedo no invade a aquellos políticos (que los hay en todos los partidos) dignos de representar a sus ciudadanos, honrados y merecedores de la confianza de pueblo, y a los que sin duda votaríamos en unas listas abiertas.

Hay que huir de los conformismos y de la aceptación generalizada de que “esto no hay quien lo cambie”. Es necesario engrandecer la política, pero para ello antes hay que soltar mucho lastre.

Joaquín Pérez Muñoz es abogado, Presidente de CSI-F Málaga, funcionario de la Abogacía del Estado y miembro del Consejo Social de la Universidad de Málaga.

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