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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Cuando llega el momento de divorciarse

El divorcio parece necesario en algunas parejas, una vez se conocen la seriedad de las causas que las hacen entrar en crisis frecuentemente. Sin embargo estas situaciones que para otra persona desde fuera representarían, sin dudarlo, razones suficientes para la ruptura, no se muestran tan evidentes para esas parejas en particular.

Los protagonistas continúan adelante a través de los años, contra todos los pronósticos negativos y contra toda aparente sensatez. Al parecer, solamente ellos comprenden razones por los cuales no quieren divorciarse.

Pueden aducir razones de de tipo religioso con argumentos como:“si nos casamos para siempre, tenemos que seguir adelante”. Otros colocan a los hijos como motivo principal para continuar en una pareja disfuncional, sin reparar que ese compromiso no garantiza un clima afectivo, de respeto y cuidado para ser modelo a imitar por parte de sus hijos. También están los que no quieren perder un lugar social estable, que cambiaría radicalmente con un divorcio. Por otra parte, están los que le cuesta admitir un fracaso ante los ojos de los otros.

Además tenemos los que minimizan y evitan reconocer el deterioro del vínculo. Se conforman y tratan de adaptarse con el menor costo emocional posible. Algunos prefieren mantenerse en la pareja porque tienen miedo a la soledad. En otras ocasiones los motivos son por no haber logrado una independencia económica que le permita emanciparse de la pareja.

El tema de la autonomía no se refiere, en exclusiva a lo económico, hay otra autonomía más importante, que es la referida al dominio personal. Lo contrario a la autonomía es la dependencia, y concretamente la dependencia emocional. Las personas que padecen una dependencia de este tipo pueden llegar a tolerar eventos graves, como el maltrato emocional, la infidelidad y otros que podría alejar a cualquier pareja y llevarla a la ruptura.

Sea cual fuere la razón que lleva a resistirse ante el divorcio, hay que comprender que esta actitud puede revertirse positivamente si la pareja emplea su energía, no solo para adaptarse, sino para intentar cambiar los factores que hacen ardua la coexistencia.

En caso contrario, ambos son participes de una infelicidad que los marcará a lo largo del tiempo en que se mantengan juntos, y que posiblemente se extienda a quienes los rodean cercanamente.

Probablemente pocas personas decidan comentarle a una pareja, que lo mejor es que se divorcien, porque aunque se tenga la mejor de las intenciones, esa intervención es inútil.

Las personas no se separan porque otros le digan que eso es lo mejor sino porque no se aguantan mutuamente y ya no ven caminos de salida.

El paso final sucede cuando ambos entran en la trampa de la ambigüedad, que simboliza estar sin estar, como fantasmas de lo que una vez fueron. Si quedan detenidos allí, es momento de tomar decisiones y encontrar la energía para divorciarse.

El divorcio tenemos que entenderlo como algo humano, un cambio más en nuestra vida para conseguir sufrir menos. Si cambiamos la mirada, todo será más sencillo. Muchas películas nos han presentado como final feliz la boda de los protagonistas pero estaría bien que nos enseñarán que el final feliz también llega con el divorcio.”

Matilde del Pino Burgos (psicóloga, Máster Internacional en Psicología Clínica y de la Salud, y Experto Internacional en Psicología Forense).

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