'Soy

sábado, 13 de marzo de 2010

Alejandro Fernández y Amaya Montero. “Me dedique a perderte”

Antonio Orozco. “Es mi soledad”

De la escuela a la universidad

Uno de los temas recurrentes en todos los programas de regeneración de la sociedad y la economía españolas es la necesidad de mejorar nuestro sistema educativo, desde la escuela elemental hasta la universidad. Siempre ha estado muy extendida, en efecto, la idea de que los niveles educativos en España eran más bajos que en otros países europeos y la opinión de que, si no se lograban mejoras significativas en este campo, el progreso económico del país sería mucho más difícil.

Pero es evidente también que no todo el mundo ha pensado lo mismo. Desde hace varios siglos, se ha preferido en muchos casos anteponer el adoctrinamiento del estudiante a su cualificación técnica. Es en este sentido en el que hay que entender, por ejemplo, la famosa disposición de Felipe II que obligaba a volver a España a cuantos nacionales estuvieran estudiando en universidades extranjeras, con pocas excepciones. Y es también la ideología la que prima en un modelo educativo que atribuye, por ejemplo, mayor importancia a la espontaneidad del alumno que a sus conocimientos de matemáticas o de gramática, por no mencionar la imposición a los alumnos de determinados valores sociales o morales con los que el poder político trata de hacer ingeniería social.

Los resultados están a la vista. Ninguna de nuestras universidades está entre las mejores y tenemos unos estudiantes de enseñanza media y elemental con unos niveles de formación muy deficientes, que ocupan de manera sistemática puestos muy bajos en los rankings de conocimientos que elaboran diversas organizaciones internacionales. La cultura del esfuerzo tiene muy poco prestigio en nuestro país; y la idea de que hay que tratar de manera diferente a los alumnos que realmente trabajan y a aquellos que prefieren dedicar su tiempo al copeo y a la vagancia es mal vista por muchos pedagogos a la moda.

Nuestros estudiantes, en resumen, saben poco y han asimilado, a menudo, ideas muy contrarias a aquellas que constituyen el fundamento del progreso económico. No es sorprendente que, junto a reformas importantes en la regulación y organización de algunos mercados, casi todos los expertos y organizaciones internacionales que han analizado la perspectiva del crecimiento económico español en el medio y en el largo plazo hayan insistido en la necesidad de mejorar de forma sustancial nuestro modelo educativo. El reciente informe de la OCDE en este sentido no es, por tanto, un documento aislado.

La escuela fue durante mucho tiempo bandera de la izquierda española; y no se entiende el mensaje del reformismo y el regeneracionismo, desde el siglo XVIII hasta el siglo XX si se excluyen los proyectos de elevar el nivel de las escuelas, la formación profesional y las universidades. Cabe preguntarse por qué las cosas han cambiado tanto.

La estrategia de la izquierda de nuestros días, consistente en pedir más dinero para las escuelas públicas y negar cualquier tipo de ayuda a los centros de enseñanza privados, es algo muy diferente. Con ella no se busca tanto elevar la calidad de las escuelas públicas como hacer desaparecer la competencia de las privadas. No se intenta igualar por arriba; el objetivo, es más bien, eliminar a quienes destacan. Y éste es uno de los peores errores en los que puede caer un sistema educativo. Decía George Stigler –un conocido economista norteamericano, en su día galardonado con el premio Nobel– que lo que había hecho que las universidades de los Estados Unidos fueran las mejores del mundo no era que dispusieran de más recursos que otras. La razón era, en su opinión, que compiten entre sí por los mejores profesores, los mejores estudiantes y los mejores proyectos de investigación. Es la vía a seguir. Pero nosotros, por el momento, vamos en la dirección contraria.

Francisco Cabrillo, en Libertad Digital

Pasión Vega. “La canción de las noches perdidas”

viernes, 12 de marzo de 2010

Player. “Baby come back”

La toma del Parlament

Los legisladores constituyentes españoles se mostraron muy reacios con la regulación de los referéndums, seguramente por una cuestión de reminiscencias franquistas. En contrapartida, se inventó el sucedáneo de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP). Como no podía ser menos, el legislador catalán la adoptó (e incluso la magnificó) en el primer estatuto. Para quienes no lo sepan, cualquier conato de ILP, llegue o no a reunir las firmas necesarias y llegue o no a ser tramitada, recibe una subvención económica con fondos del parlamento catalán. Se trata de una cuña por la que se cuela la democracia participativa. La idílica democracia participativa. El pueblo soberano decidiendo en cada momento. Adiós al mandato representativo de los diputados y ábranse las puertas a los sanguíneos ímpetus populares.

Sin embargo, el populacherismo tiene sus riesgos. Véase, si no, el peculiar asalto de las Tullerías en que ha redundado la ILP sobre la prohibición de los toros en Cataluña, y cuyos momentos más bochornosos han sido los del científico Jorge Wagensberg  enarbolando una banderilla y bramando “¿Esto no duele?”, el del músico Salvador Boix, al tiempo apoderado de José Tomás, exigiendo a los diputados que pidieran disculpas en público y el de un francés pirenaico exhibiendo una viñeta alusiva a los toros. Naturalmente, ningún parlamentario se ha rasgado las vestiduras. ¿Se imaginan algo similar en el parlamento inglés? ¿O en una de las múltiples comisiones del Senado norteamericano? Pero la culpa ni es del científico ni del músico metido a taurino ni del pirenaico. Cuando uno rebaja la exigencia y permite que las comisiones parlamentarias adquieran aires de La Taberna d’en Mayol, acaban ocurriendo estos espectáculos.

Porque lo que ha acontecido estos días en el Parlamento catalán no merece otro calificativo que el de tabernario. Por si no bastara con lo expuesto, valga otra retahíla de ilustres “momentazos”: la escritora Espido Freire comparando la lidia con la grabación de palizas con el móvil; el filósofo Mosterín haciendo lo propio con la ablación del clítoris; los diputados dirigiéndose en catalán a Joselito (mientras que preguntaban en castellano a la Freire). El espectáculo ha sido tan bochornoso que, probablemente, quienes lo han consentido (esto es, los legisladores) tienen bien merecida la falta de respeto de los propios comparecientes.

Cada vuelta de tuerca a la ILP abolicionista constituye una prueba más del delirio. Si ya resulta delirante la propia iniciativa (querer prohibir algo que paga cada aficionado paga de su bolsillo), la demencia cobra un vuelo desproporcionado cuando entra en sede parlamentaria. Son los peligros de la democracia participativa. Abres las puertas y se cuela cualquier hijo de vecino. Eliminas el procedimiento y la liturgia y acuden los bomberos a la comisión en traje de faena. Presentas una batería de expertos antitaurinos y se te infiltra un plantel propio de Sálvame de Luxe. Y encima ni se quejan. Cuanto más les faltan el respeto más felices parecen. Puro masoquismo. Luego cada vez vota menos gente. Aunque esto, probablemente, también les traiga al pairo.

Oriol Trillas.

Publicado en Factual.es