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domingo, 27 de noviembre de 2011

¿Hay alguien ahí?

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¿Hay alguien ahí?

Por Luis Navajas

“Recuerdo aquella historia en la que un señor lleva el coche al taller por un problema que le impedía usar el vehículo ese día. El mecánico se lo soluciona al instante con la ayuda única de un destornillador.

-Cuanto le debo -preguntó el cliente con cara de satisfacción-.

-15 euros- fue la respuesta-.

Pero un cambio en el semblante de aquél le indicó que no le debió parecer bien esa cantidad por sólo hurgar en un tornillo. Así que ante esta reacción, el mecánico explicó:

-Mire usted, trastear el tornillo es gratis. Le cobro por mis conocimientos sobre qué tornillo había que ajustar para solucionar la avería.

El conductor anterior podría haber dado con un taller en el que le meten el coche en una máquina sofisticada para un diagnóstico fetén, y le cobran una pasta por, al final, apretar el mismo tornillo. Pero como lo dijo la máquina, ya no parece un atraco. En el peor de los casos, podría haber dado con un taller en el que, de entrada, le dicen que tiene que dejar el vehículo, y luego su tarjeta de crédito. Sin embargo, quien solucionó el problema de forma rápida, barata y eficaz, fue juzgado como un vulgar timador.

Reflexionemos sobre ello. Cuánto valoramos nuestro trabajo y qué baremo aplicamos al de los demás. Es como si, a excepción del nuestro, todos los demás los puede ejecutar cualquiera. Así que, de esta percepción a reestructurarlo debilitándolo, o privatizarlo, hay un pequeño paso. Y no es así. Las cosas, ya saben, no son lo que parecen. No todos valemos para todo. Algunos ni siquiera valen para algo. Pero eso es otro cantar.

Por ejemplo: No todo el mundo es competente para estar en un servicio de cara al público. Estos servicios, en contra de la dinámica general que trata de erradicarlos, son básicos en la estructura de una organización, ya sea pública o privada.

Indicar, orientar, escuchar, interesarse, solucionar, ayudar…, no es una actividad que esté al alcance de cualquiera. No todo el mundo está preparado para estar continuamente atendiendo a necesidades de los demás. Pero sí hay muchísima gente que, formada para ello, la realizan a diario de forma magistral. Sin embargo, este tipo de actividad, cada día más, tiende a desaparecer. Quién no ha tenido una experiencia telefónica de esas, en las que te hacen gritar en plena calle el motivo de tu llamada, y terminas suplicando: No. Noooo. Masturbación, no. Facturación. Fac-tu-ra-ciónnn.

Sí. Les decía que no todo el mundo es apto, ni está preparado, para hacer de todo. Hay que tener la preparación suficiente (como nuestro amigo el mecánico), para saber el resorte que hay que trastear. Y eso, ya es profesionalidad. Y esta máxima (es de Perogrullo), se hace extensiva para toda actividad.

Todo el mundo sabría abrir una puerta; pero no qué puerta y en qué momento hay que abrirla. Cualquier persona podría entregar en préstamo un ordenador; pero no bajo qué condiciones hay que hacerlo y, además, asesorar sobre su funcionamiento. Todo esto se puede extrapolar a muchas más cosas: Manejo de ordenadores, franqueo de correspondencia, conocimiento del funcionamiento del organismo, capacidad de solución momentánea de situaciones imprevistas, controlar reservas de espacios, preparar eventos protocolarios… En conclusión: Casi todo el mundo podría informar, pero antes tiene que estar informado y formado para ello. No basta con recitar una letanía informativa. Hay que expresarse con claridad.

Pues bien, a pesar de todo esto, aún hay quien se empeña en erradicar servicios que son básicos y fundamentales, en lugar de dotarlos adecuadamente y valorarlos de forma justa. Erróneamente, se tiende a sustituir a las personas por máquinas, o, en otro alarde de imaginación, suplirlas por un colectivo que nada tiene que ver con las funciones a las que está destinado ese servicio. ¿Es ésa la impresión que se quiere dar del lugar al que van a acceder muchas personas al día? Entre los técnicos de protocolo circulan frases tales como: “La primera impresión es tan importante que no existe una segunda para remediarla”. O que: “La imagen es tan importante como el rendimiento”. Y entre los profesionales de la hostelería es conocida la importancia que ofrecen al departamento de recepción. Es la tarjeta de presentación de su hotel, y el primer contacto que el cliente va a desarrollar. Igualmente, no olvidan que la primera y última impresión son las que mayor importancia tienen para el cliente.

Definitivamente, digan lo que digan, los servicios de información y atención al usuario tienen que estar atendidos por personas que dan la cara. A veces, para que se la partan. Aunque siempre será esto último preferible, a que se te caiga de vergüenza por no haber defendido tu puesto de trabajo, o hacer un plan para cargártelo.

Para finalizar la lectura, diga: Tiene huevos la cosa.”

martes, 22 de noviembre de 2011

Carta de despedida de Pérez Reverte a Zapatero

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Sobre imbéciles y malvados

Por Arturo Pérez Reverte, publicado en XL Semanal

“No quiero, señor presidente, que se quite de en medio sin dedicarle un recuerdo con marca de la casa. En esta España desmemoriada e infeliz estamos acostumbrados a que la gente se vaya de rositas después del estropicio. No es su caso, pues llevan tiempo diciéndole de todo menos guapo. Hasta sus más conspicuos sicarios a sueldo o por la cara, esos golfos oportunistas -gentuza vomitada por la política que ejerce ahora de tertuliana o periodista sin haberse duchado- que babeaban haciéndole succiones entusiastas, dicen si te he visto no me acuerdo mientras acuden, como suelen, en auxilio del vencedor, sea quien sea. Esto de hoy también toca esa tecla, aunque ningún lector habitual lo tomará por lanzada a moro muerto. Si me permite cierta chulería retrospectiva, señor presidente, lo mío es de mucho antes. Ya le llamé imbécil en esta misma página el 23 de diciembre de 2007, en un artículo que terminaba: «Más miedo me da un imbécil que un malvado». Pero tampoco hacía falta ser profeta, oiga. Bastaba con observarle la sonrisa, sabiendo que, con dedicación y ejercicio, un imbécil puede convertirse en el peor de los malvados. Precisamente por imbécil.

Agradezco muchos de sus esfuerzos. Casi todas las intenciones y algunos logros me hicieron creer que algo sacaríamos en limpio. Pienso en la ampliación de los derechos sociales, el freno a la mafia conservadora y trincona en materia de educación escolar, los esfuerzos por dignificar el papel social de la mujer y su defensa frente a la violencia machista, la reivindicación de los derechos de los homosexuales o el reconocimiento de la memoria debida a las víctimas de la Guerra Civil. Incluso su campaña para acabar con el terrorismo vasco, señor presidente, merece más elogios de los que dejan oír las protestas de la derecha radical. El problema es que buena parte del trabajo a realizar, que por lo delicado habría correspondido a personas de talla intelectual y solvencia política, lo puso usted, con la ligereza formal que caracterizó sus siete años de gobierno, en manos de una pandilla de irresponsables de ambos sexos: demagogos cantamañanas y frívolas tontas del culo que, como usted mismo, no leyeron un libro jamás. Eso, cuando no en sinvergüenzas que, pese a que su competencia los hacía conscientes de lo real y lo justo, secundaron, sumisos, auténticos disparates. Y así, rodeado de esa corte de esbirros, cobardes y analfabetos, vivió usted su Disneylandia durante dos legislaturas en las que corrompió muchas causas nobles, hizo imposibles otras, y con la soberbia del rey desnudo llegó a creer que la mayor parte de los españoles -y españolas, que añadirían sus Bibianas y sus Leires- somos tan gilipollas como usted. Lo que no le recrimino del todo; pues en las últimas elecciones, con toda España sabiendo lo que ocurría y lo que iba a ocurrir, usted fue reelegido presidente. Por la mitad, supongo, de cada diez de los que hoy hacen cola en las oficinas del paro.

Pero no sólo eso, señor presidente. El paso de imbécil a malvado lo dio usted en otros aspectos que en su partido conocen de sobra, aunque hasta hace poco silbaran mirando a otro lado. Sin el menor respeto por la verdad ni la lealtad, usted mintió y traicionó a todos. Empecinado en sus errores, terco en ignorar la realidad, trituró a los críticos y a los sensatos, destrozando un partido imprescindible para España. Y ahora, cuando se va usted a hacer puñetas, deja un Estado desmantelado, indigente, y tal vez en manos de la derecha conservadora para un par de legislaturas. Con monseñor Rouco y la España negra de mantilla, peineta y agua bendita, que tanto nos había costado meter a empujones en el convento, retirando las bolitas de naftalina, radiante, mientras se frota las manos.

Ojalá la peña se lo recuerde durante el resto de su vida, si tiene los santos huevos de entrar en un bar a tomar ese café que, estoy seguro, sigue sin tener ni puta idea de lo que vale. Usted, señor presidente, ha convertido la mentira en deber patriótico, comprado a los sindicatos, sobornado con claudicaciones infames al nacionalismo más desvergonzado, envilecido la Justicia, penalizado como delito el uso correcto de la lengua española, envenenado la convivencia al utilizar, a falta de ideología propia, viejos rencores históricos como factor de coherencia interna y propaganda pública. Ha sido un gobernante patético, de asombrosa indigencia cultural, incompetente, traidor y embustero hasta el último minuto; pues hasta en lo de irse o no irse mintió también, como en todo. Ha sido el payaso de Europa y la vergüenza del telediario, haciéndonos sonrojar cada vez que aparecía junto a Sarkozy, Merkel y hasta Berlusconi, que ya es el colmo. Con intérprete de por medio, naturalmente. Ni inglés ha sido capaz de aprender, maldita sea su estampa, en estos siete años.”

domingo, 6 de noviembre de 2011

Mientras sonrían esposados

Mientras sonrían esposados...

por Jorge Bustos

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Pero qué resistencia ni que épica, tontos del culo, que vais a criar percebes en la entrepierna con lo que os queda de maco por no haber criado antes una sola neurona provechosa en esas cabezonas RH que sólo os sirven para sujetar la puta boina, manga de perdedores

Me senté a unos cinco metros de la nuca cenicienta, mortuoria, carbonizada de Francisco Javier García Gaztelu, vulgo Txapote. Nunca había tenido tan cerca un montón de estiércol tan grande, si los cálculos no me fallan. El reo dijo lo de siempre, que no reconocía el tribunal, esa previsibilidad cejijunta del fanático. Desde luego ganas dan de ponerle delante la pipa de Pepe Amedo y repreguntarle: ¿Y esto, lo reconoces? Pero no me cogerán ustedes defendiendo el terrorismo de Estado porque me disgusta la simetría.

Ahora bien, hay que oír a Adoración Zubeldia, después de rechazar la protección del biombo, rememorar el dolor, el dolor en estado puro con la voz retemblando como azogue quebradizo que al cabo estalla partido en lágrimas. “Oí la explosión... La furgoneta se estaba quemando... y... él... también se estaba quemando”. Pero la viuda de Múgica se recompone y con un hilo de voz, destruida pero no derrotada –como escribió Hemingway de los hombres–, solicita al funcionario:
—¿Puedo mirar a estos chicos?

Y se gira y con los pómulos ya secos los mira despacio uno a uno, ofrece a Txapote y a sus tres acólitos de funeraria con ínfula militar el espejo sufriente del sinsentido a que han consagrado sus vidas miserables. Pero del mismo modo que un centinela de Birkenau no lograba concebir humano a un judío, los cuatro etarras no alcanzan a reconocer el sufrimiento ajeno. Gajes del conflicto, pensarían, eso sí, con las caras vueltas hacia el suelo para no enfrentar la mirada que podría humanizarlos de una santísima vez.

Hago un receso de café y coincido en el bar con Pedraz, que me mira como si reconociese al autor del perfil digamos afiladete sobre él que publicó uno en este periódico. Y vuelvo a la Audiencia, por cuyos pasillos se oye esa mañana mucho euskera; es que aparte del txapoteo concurren otros dos juicios de temática sabiniana y la perroflautada abertzale peta los corredores como los gitanos el hospital de la mama parturienta. En el que se sigue contra Segi, si disculpan el retruécano, la sala está abarrotada de groupies del hacha y la serpiente y no quepo, así que me meto en el tercero, que dirime el asesinato frustrado de la delegada de Antena 3 en Euskadi, María Luisa Guererro, a manos de Asier Arzalluz e Idoia Mendizabal. La tal Idoia, de rima fácil, se arrastra por el suelo cuando la Policía trata de incorporarla durante la lectura de los derechos que les asisten aunque no quieran, y no son los únicos. Yo del poli la hubiera dejado arrastrarse un poco más, puesto que como res mostraba esa querencia. En cuanto al maromo del Asier, pese a su hechura de cortatroncos pancesco, de chavalote que no dejó de dormir con peluche hasta los 15 y cuando lo hizo fue para cambiarlo directamente por la Parabellum, se le atribuye la mutilación del socialista Eduardo Madina y participó en el asesinato de López de Lacalle. A este no le gustan los periodistas, se conoce, así que le clavo los ojos a través de la pecera. Pero los peces se dedican a hablar y a sonreírse mucho entre ellos, al objeto de que la afición parvularia –sexualmente indiscriminable; bueno, quizá ellas exhiban una coletilla occipital más trenzada– que asiste de público no sospeche el sumidero de angustia que se está tragando sus vidas sino que contemple una proyección de cine épico vasco: el gudari y la gudari resistiendo la opresión de un tribunal presidido por la bandera de los invasores. Pero qué resistencia ni que épica, tontos del culo, que vais a criar percebes en la entrepierna con lo que os queda de maco por no haber criado antes una sola neurona provechosa en esas cabezonas RH que sólo os sirven para sujetar la puta boina, manga de perdedores.

El juez Alfonso Guevara levanta la sesión y los policías entran en la pecera para esposar a los etarras, momento que no desaprovecha la actriz Mendizábal para sonreír a la afición al otro lado de la pecera. Sonreír esposado queda tan verosímil como romper a cantar con un pinzamiento de testículos, pero ellos verán. Por cierto que el juez Guevara acostumbra irse derrengando butaca abajo según avanza la vista y uno siempre teme que acabe saliendo por debajo de la mesa.

A la salida me encuentro a una euskocamada de abertzalines junto a la floristería del Museo de Cera. Se las llevarán a sus muertos.

(LA GACETA, 5-XI-11)

martes, 1 de noviembre de 2011

PP-PSOE, como dos gotas de agua

PP-PSOE, como dos gotas de agua

Publicado en Voto en blanco

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España, postrada, arruinada y casi destruida por el PSOE, está a apunto de elegir al Partido Popular para que ocupe el gobierno. La victoria de la derecha será, probablemente, por mayoría absoluta, pero será una victoria no fundamentada en el programa del PP, ni en la capacidad de ese partido para ilusionar a los españoles con propuestas y ejemplos concretos, sino el fruto de una gran venganza colectiva contra Zapatero y su partido, por haber convertido a España en un guiñapo sin respeto, sin futuro y plagado de pobres y desempleados. Otros muchos españoles, los más informados y reflexivos, entregarán su voto a partidos minoritarios más críticos, decentes y partidarios de la regeneración, como Ciudadanos en Blanco o UPyD, o quizás se abstengan o voten en blanco porque son plenamente conscientes de que el PSOE y el PP se parecen demasiado uno a otro y que, en lo fundamental, la historia ha demostrado que son dos partidos gemelos y capaces de fraguar alianzas incomprensibles.

Rajoy y los suyos dijeron primero que derogarían la ley del aborto, pero ahora dicen que sólo la reformarán, sin aclarar hasta donde llegará esa reforma. Aseguraron que bajarían los impuestos, pero ahora afirman que no los subirán. Cuando se les pregunta sobre temas comprometidos, que exigen clarificación, como la voluntad de reformar el sistema y afrontar la regeneración, no saben qué responder o guardan un silencio cargado de sospecha. Al PP se le empieza a ver la patita y mucha gente está descubriendo con sorpresa que, aunque el estilo y el lenguaje sean distintos, en el fondo se parece al PSOE como dos gotas de agua.

Muchos españoles se han sorprendido de que Mariano Rajoy asuma y apruebe la política anti-ETA desarrollada por el PSOE. La sorpresa es mayor cuando se descubre que Rajoy estaba al tanto de los pasos que el PSOE estaba dando en su política para acabar con ETA. Otros muchos ciudadanos se sorprenden ante el hecho de que los dirigentes del PSOE que alcanzan el poder, tras haber prometido que cerrarían televisiones autonómicas y municipales inútiles, las mantienen y colocan a sus amigos al frente de esas entidades, que sólo sirven para difundir propaganda política envenenada.

PSOE y PP votaron juntos y se opusieron con el mismo descaro al cambio de la ley para que los desahuciados saldaran su deuda entregando la vivienda al banco. También han votado al unísono cada vez que se han subido los sueldos y los privilegios, al igual que en el momento de endurecer las condiciones para que los nuevos partidos pequeños puedan presentarse a las elecciones.

Con tanta sorpresa como asco, muchos españoles están descubriendo ahora, en vísperas de las elecciones, que la derecha y la izquierda españolas se parecen como dos gotas de agua: idéntico distanciamiento del ciudadano, el mismo amor a la partitocracia, similar desprecio a la verdadera democracia, convivencia fácil con la corrupción, manejo hábil de la manipulación y la mentira... y un larguísimo etcétera desesperante y frustrante.

Aunque si fuéramos rigurosos en el análisis y tuviéramos memoria, no tendría que haber sorpresa alguna, ya que la Historia nos demuestra que PSOE y PP, en lo sustancial, se parecen como dos hermanos gemelos.

Durante el Aznarismo, ambos partidos se pusieron de acuerdo para aprobar aquel Pacto por la Justicia que incrementó notablemente el control político de la carrera judicial, eliminando la independencia de los tribunales, un requisito imprescindible para que exista la democracia. Aznar tuvo ocho años para mejorar la enseñanza, pero sólo lo hizo al final, sin tiempo para que la nueva ley entrara en vigor, demostrando escaso interés por cambiar ese vital capítulo.

Es cierto que existen diferencia, pero sólo en lo menos importante. Aunque la gestión de la economía promete ser diferente, con un PP que pone más énfasis en dar facilidades a la empresa, consciente de que sólo los empresarios saben crear empleo y riqueza, en casi todo lo demás son demasiado parecidos. Hasta se financian del mismo modo, son partidarios de que los fondos públicos financien a los partidos y son igualmente opacos a la hora de captar fondos.

Si le preguntan a un dirigente sindical por la etapa de Javier Arenas como ministro de Trabajo, descubrirán con sorpresa que UGT y CC.OO. la alaban porque el sindicalismo recibió subvenciones a mansalva y fue mimado hasta el extremo por el gobierno de derechas, aunque quizás no tanto como en los despreciables y ruinosos tiempos de Zapatero.

Si se analiza el endeudamiento y la corrupción, uno descubre que el ayuntamiento de Madrid es líder en endeudamiento y despilfarro, mientras que la comunidad de Valencia, gobernada por el PP, destaca, al igual que la Andalucía socialista, en muchas corrupciones y abusos.

Si el PSOE tiene que arrepentirse por haber esquilmado la caja de Castilla la Mancha, el PP debería llorar y pedir perdón por lo que ha hecho en la CAM de la región valenciana, otro paraíso incomparable para que directivos y políticos metieran las manos en la caja fuerte, hasta llevar la entidad a la ruina.

En fin... ¿para qué seguir? Para desgracia de los españoles, este país parece obligado a optar entre dos partidos políticos que educan a sus miembros en el autoritarismo interno, la sumisión al líder, la ausencia de debate y la escasez de valores humanos y cívicos. El cóctel es el menos adecuado para formar hombres libres y virtuosos. Cuando esa gente llega al poder, no suele poseer ni la preparación política mínima, ni los valores humanos necesarios para liderar una sociedad democrática. Ambos partidos son más organizaciones de poder que de servicio y se construyen como una amalgama de militantes más unidos, al parecer, por el interés de mandar y disfrutar de las mieles del poder que del servicio a la nación y a sus a los ciudadanos, bajo el imperio de la ley y el bien común.